22 de octubre de 2009

¡Qué maravilloso oscurantismo!



"¡Qué maravilloso oscurantismo!
Godofredo Cinico Caspa"

Por "El Gato en el Tejado"




En la campaña para las elecciones presidenciales de 1990 tres proyectos políticos fueron destruidos: el Nuevo Liberalismo con el asesinato de Luis Carlos Galán, la U.P. con el asesinato de su segundo candidato presidencial Bernardo Jaramillo y la Alianza democrática M-19 con el asesinato de Carlos Pizarro LeónGómez: en las elecciones del 26 de mayo de 1990 sólo hubo un ganador: César Gaviria candidato unico del partido Liberal. A partir de allí, la política pasaría de un anhelo de transformación a una contabilidad de votos que llevaran a la Casa de Nariño personajes con intereses inconfesables.


Un personaje intentó reinventar la política desde otro ángulo. Nacido en las estibaciones de los cerros orientales de Bogotá, en el barrio la Perseverancia, de un matrimonio de clase media, Jaime Garzón mostró la vocación de insubordinar con la risa, un arma para penetrar la realidad del país, obligandonos a mirar nuestra historia sin la tentación paralizante y abstracta de otras ciencias.

Desde la Facultad de derecho de la Universidad Nacional y el sur de Bolivar como guerrillero, pensionado fulminantemente por Gabino, se había asomado a la historia, de Colombia un curso que completó en el Palacio de Nariño, cuando fue llamado por sus dones de imitador a darle colorido a los cócteles del Kinder de Gaviria. Hubiera sido una excentricidad de feria si no es porque Antonio Morales recordó sus chistes y llevó a un periodista al Sumapaz en 1988, para entrevistarlo como alcalde menor. Esa fue su primera aparición en tv. La segunda cuando se evadió de Palacio y se fue a la televisión, —artificio electrónico inventado por orden de Gobbels, ministro de propaganda de Hitler—, como cabeza de un programa llamado “Zoociedad”, el día de las brujas de 1990, un programa que enseñó a los colombianos a permanecer los domingos en la tarde en casa. Un antídoto contra la mala memoria, contra la mentira de los poderosos estucada de noticias televisiva, radiales y prensa. Allí en esa media hora empezaron a tomar vida los personajes que tratarían la psiquis atrofiada del país. No era tan casual que Zoociedad quisiera parecerse a un noticiero de televisión, esa vara de garrocha que recibían los delfines para encima de la siguiente generación de votantes.

La risa como arma infalible había sido probada en la edad Media por los Goliardos que la usaron con un noble fin: burlarse de todo para evitar el contagios de la oscuridad. Esa línea defensiva del universo popular y burlesco, tuvo una alta cuota en la obra de Rabelais: Gargantua y Pantagruel. Un maravilloso festín al humor, que mostró hasta dónde la Risa es un antídoto que inmuniza contra la epidemia de fuerzas que viven de aterrorizar a Colombia.

Garzón había tenido un antecesor en el humorista Néstor Humberto Martínez Salcedo: “El Maestro Salustiano Tapias”, quien desde su programa radial “la Tapa”, hacia reír oxigenando la memoria. A través de la caracterización de un personaje popular, del que fluía un poderoso encanto: hablaba como el pueblo, como los sencillos y gentiles. Por ello sufrió en la década de los 70’s, varios cierres por la censura, y llamados “amigables a la cordura”. Al pueblo no le gusta sufrir con recuerdos dolidos, prefiere reír, pero la risa puede llegar a ser una forma de no olvido del pasado, para no repetir la misma historia y eso enseñó el maestro Salustiano Tapias, maestro de obra que apareció además en el programa Sábados Felices vestido de overol, su pañuelo colgando del bolsillo de atrás y una cachucha torcida blandiendo el palustre de la conciencia nacional.
El personaje elegido por Garzón no fue un albañil, fue Néstor Heli, un lustrabotas que sentado en la calle Jiménez con séptima ve cruzar al abogado Godofredo Cínico Caspa camino al Capitolio a presentar una acción popular con una ley de honores a la Memoria al monstruo celeste: Laureano Gómez, al joven John Lenin —tomado de un personaje de la película la Cena del director Ettore Scola— con una pancarta con el Slogan “Jacqi go Home”, en medio del mare magum de universitarios que señalan el edificio de la casa editoral el Tiempo camino a la plaza de Bolívar y a Inti de la Hoz, una joven que navega en el cero infinito entre las galaxias de la moda y el femenismo universitario, camino al Mac Donalds que sirve de lápida funerario al sitio donde cayó “visiblemente impactado” el caudillo Jorge Eliécer Gaitán. Entrevistando desde el programa Lechuza de Caracol y el Noticiero Ciegos Mudos y Cia —mas reconocible por su sigla CM&— seres de carne y hueso: político, periodista, funcionario, reina de belleza o diva, como una lámpara de Aladino a la que frotaba no solo con su cepillo, sino con el encantamiento de su desdentada verdad proletaria.

Heriberto de la Calle se fue desdoblando a golpe de vulgaridad y el martilleo de su cepillo sobre la rodilla de sus invitados, rompiendo el cascarón de su personaje televisivos: una suerte de polígrafo frente al que desfilaron los personajes de la política Colombiana en 1997, un año preelectoral, buscando rehacer su credibilidad perdida por seis millones de dólares que narcotraficantes del Valle habían dado al partido liberal en la ventanilla de la campaña presidencial de 1994, para tener un puesto en la obra: “Edificio Colombia”.

Con lo que entendió Jaime Garzón de sus entrevistados y lo aprendido en el curso de historia se quitó el ropaje de lustrabotas, desempolvó de su armario la pinta de Johh Lenin y comenzó a trasegar los caminos de Colombia, buscando a los personajes que lo habían inspirado para invitarlos a una versión a escala nacional del almuerzo que organizaba los jueves en el barrio la Perseverancia: “El Gran Sancocho Nacional”, un slogan de la izquierda armada, utilizado en la búsqueda de la paz con Belisario para sentar a Colombia alrededor de una cena Pantagruesca que debería concluir en la Paz. Jaime Garzón tal vez olvidó invitar a alguien, o ese alguien estuvo demasiado indignado para escucharlo o pensó que no valía la pena ir pues ya había dado la orden a paramilitares de asesinarlo la mañana del 13 de agosto de 1999, en una solitaria avenida de Bogotá. Dejándonos una lista de invitados, unos ingredientes sin cocción y el ansia inmensa de olfatear los olores de una cena por la paz.

El Gato en el Tejado*





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*Artículo publicado con autorización expresa de su autor.

Fotografía: Andrés Monroy





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